¿Señor, puedo ofrecerle mis servicios, sin correr el riesgo
de parecerle importuno? Temo que no logre usted hacerse comprender por el
estimable gorila que preside los destinos de este establecimiento. En efecto,
solo habla holandés. A menos que usted no me autorice a abogar por su causa, él
no adivinará que desea usted ginebra. Vamos, me atrevo a esperar que haya
comprendido. Ese cabeceo ha de significar que el hombre se rinde a mis
argumentos. Sí, en efecto, ya va, se apresura con una sabia lentitud. Tiene
usted suerte, no gruñó. Cuando se niega a servir, le basta un gruñido, y
entonces ya nadie insiste. Ser rey de sus humores es el privilegio de los
animales más evolucionados. Pero, en fin, me retiro, señor, contento de haberle
sido útil. Se lo agradezco y aceptaría, si estuviera seguro de no serle
molesto. Es usted demasiado amable.
La caída
Albert Camus
(30/01/2013)
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