La conciencia de su libertad bastó para que se exaltara su
alama, pues era tan grande su hipocresía, que ni en la casa de su mejor amigo
se considera libre. Nunca fue tan feliz como en aquellos instantes en que,
apoyada sobre las menos la cabeza, dejó volar sin freno su imaginación por el
mundo de los ensueños y por las regiones de la libertad. Sin darse cuenta, vio
cómo se extinguían, una tras otro, todos los rayos del crepúsculo. En medio de
la oscuridad inmensa que le rodeaba, dejó que su alama se perdiera en la
contemplación de todo lo que imaginaba que habría encontrar un día en París. Ante
todo, vio una mujer hermosa la más hermosa, la más inteligente, la más dulce
que puede concebir la humana inteligencia, una mujer como jamás la encontró en
la provincia. La amaba con pasión y era correspondido. Si se separaba de ella
algunos instantes, era para cubrirse de gloria y merecer ser más amado todavía.
Stendhal (Rojo y negro, 1830)
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