Nuestra hecatombe

El encanto de Barcelona a las siete de la mañana
 El infatigable silencio sostenido que acaricia mis parpados se desvanece en tus cosquillas mientras estalla el sol. Mis pies descalzos rozan el frío suelo, bailo sobre las baldosas, empapadas por la humedad que desprende tu sexo. Resuenan los alaridos de la noche anterior y las impías paredes piden clemencia. Tus ojos oscuros me buscan entre las sábanas. Tu piel y la mía no son suficientes para que nos podamos amar como realmente sentimos. Rozamos la entelequia mientras estalla la chispa en tus pupilas. Incendias mis vértebras y me fundo en una vorágine que exorna nuestras ganas. Sin pausas. Te desgarro a mordiscos. Clavo mis uñas en tu torso desnudo. Me sientes y te siento y todo lo demás son paralipómenos.
Hay grietas en el techo por donde se filtra la angustia que un día olvidamos en un banco. Intenta volver pero se lo impedimos. La lucha se cierne en nuestra pequeña esfera azul. Con tu mirada desenredas mi inseguridad. Y volamos alto sin irnos lejos. Me comes a besos y sonríes, sonríes y me amas y yo me pierdo a un ritmo agigantado, entre tus pálpitos acelerados y tus pacientes manos. Los rayos de luz ya no entran por la ventana porque están intimidados por la locura y la belleza de esos ojos tuyos. Me agarro a tu pelo y me tocas el cuerpo. Y sin saber ni cómo, ni cuándo, ni porqué, llega nuestra hecatombe de gritos desaforados.
Brenda Alén  
26/04/2013

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