Somos dos violetas



Chieko vio que las violetas del tronco del viejo arce habían florecido.
¡También este año florecen!, pensó, y así saludó a la recién llegada primavera. En el estrecho jardín, cercado por las casas, el viejo arce tenía el aire de un gigante. Su tronco era más grueso que el talle de la muchacha. Pero imposible comparar el árbol, de corteza áspera, rugosa y cubierta de espeso musgo, con la juvenil figura de Chieko…
A la altura de las caderas de Chieko, el arce se torcía ligeramente y por encima de la cabeza de la muchacha describía un amplio arco hacia la derecha. Más arriba, las ramas se extendían en todas direcciones, dominando el jardín. Las puntas de las más gruesas colgaban pesadamente.
En su parte inferior, el tronco tenía dos hendiduras en las que se habían aposentado unas violetas que florecían todas las primaveras. Aquellas dos matas de violetas habían estado allí siempre, que Chieko recordara. Estaban separadas cosa de un palmo. Cuando Chieko creció, empezó a pensar: «¿Y si pudieran encontrarse las violetas? ¿Se conocerán?». Pero ¿qué significado puede tener, para unas violetas, «encontrarse» y «conocerse»?.

Yasunari Kawabata (Kioto, 1962)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Gracias!