El día avanzó un poco más. El cielo enrojeció sobre los
techos y, con la tarde que caía, las calles se animaron. Pero a poco regresaban
los paseantes. Reconocí al señor distinguido en medio de otros. Los niños
lloraban o se dejaban arrastrar. Casi en seguida los cines del barrio volcaron
sobre la calle una marea de espectadores. Los jóvenes tenían gestos más
resueltos que de costumbre y pensé que habían visto una película de aventuras.
Los que regresaban de los cines del centro llegaron un poco más tarde. Parecían
más graves. Todavía reían, pero sólo de cuando en cuando; parecían fatigados y
soñadores. Se quedaron en la calle, yendo y viniendo por la acera de enfrente.
Las jóvenes del barrio andaban tomadas del brazo, en cabeza. Los muchachos se
habían arreglado para cruzarse con ellas y les lanzaban piropos de los que ellas
reían volviendo la cabeza. Varias que yo conocía me hicieron señas.
Las lámparas de la calle se encendieron bruscamente e
hicieron palidecer las primeras estrellas que surgían en la noche. Sentía
fatigárseme los ojos mirando las aceras con su cargamento de hombres y de luces.
Las lámparas hacían relucir el piso grasiento y, con intervalos regulares, los
tranvías volcaban sus reflejos sobre los cabellos brillantes, una sonrisa, o una
pulsera de plata. Poco después, con los tranvías más escasos y la noche ya
oscura sobre los árboles y las lámparas, el barrio se vació insensiblemente,
hasta que el primer gato atravesó lentamente la calle de nuevo desierta. Pensé
entonces que era necesario comer. Me dolía un poco el cuello por haber estado
tanto tiempo apoyado en el respaldo de la silla. Bajé a comprar pan y pastas,
cociné y comí de pie. Quise fumar aún un cigarrillo en la ventana, pero sentí un
poco de frío. Eché los cristales y, al volverme, vi por el espejo un extremo de
la mesa en el que estaban juntos la lámpara de alcohol y unos pedazos de pan.
Pensé que, después de todo, era un domingo de menos, que mamá estaba ahora
enterrada, que iba a reanudar el trabajo y que, en resumen, nada había cambiado.
Albert Camus (El extranjero, 1942)
Es muy bueno.Una de esas obras que merecen la buena fama que tienen.Tengo que visitar de nuevo la obra de Camus.
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